Imagine
por un momento que usted es agente de policía y se encuentra en la sala de
interrogatorio justo frente a un delincuente acusado de matar a dos personas. Participa
en un juego macabro, usted busca la verdad y él trata de engañarlo de todas las
maneras posibles. Ha llegado el momento de hacer sus preguntas más poderosas,
así que decide hacer una pregunta de presunción: ¿Qué hiciste con los cuerpos?
Ésta pregunta es tan persuasiva porque usted está dando por hecho que esa
persona es responsable. Como respuesta obtiene un largo silencio (es un
indicio, el acusado tarda en contestar), sus ojos entrenados detectan un
agrupamiento interesante: el sospechoso aclara la garganta y busca puntos de
anclaje en la silla donde se encuentra sentado. Así que usted decide hacer otra
pregunta poderosa: ¿hay alguna razón por la que alguien pudiera decirnos que te
vio ayer en esa colonia?, ahora el sospechoso suda, lo puedes notar en la
frente y parpadea intensamente; un momento después obtiene la confesión.
Lo
anterior tal vez es un ejemplo exagerado, pero siempre resulta útil conocer los
indicios conductuales que presentan los mentirosos.
En
su vida cotidiana frecuentemente se enfrenta cara a cara con la mentira. Se
estima que decimos una mentira cada 10 minutos. Hay mentiras de distintos
tipos, existen por ejemplo las mentiras piadosas que se dicen para hacer sentir
bien a los demás, pero también hay mentiras que buscan hacer daño o echarle la
culpa a alguien más.
El
mundo de la mentira es muy complejo, porque depende de varios factores:
La
habilidad del mentiroso:
Entre los perros como entre los mentirosos hay razas. Es decir hay personas que
son muy malas mintiendo e inmediatamente se autodelatan. Pero también existen
mentirosos con muchísima experiencia, muy buenos engañando a las personas.
Tenemos ejemplos magníficos en grandes estafadores como Frank Abagnale (quien
inspiro la película “atrapame si puedes”), Ferdinande Demara (quien se hizo
pasar por cirujano durante la segunda guerra mundial y efectuó 16 operaciones
sin saber nada de medicina) o el conde Victor Lustig quien estuvo a punto de
vender la torre Eiffel y estafó ni más ni menos
que a Al Capone.
2. La
habilidad del cazador de mentiras: Para
ser un buen cazador de mentiras debe aprender a reconocer los indicios
verbales, vocales y no verbales en el mentiroso. Suena fácil pero es
extremadamente difícil porque un mentiroso y una persona veraz, en ocasiones,
tienen reacciones similares. Por lo tanto, otra habilidad indispensable es
saber plantear las preguntas correctas, aquellas que generan distintas
reacciones entre un inocente y un culpable.
Es importante señalar que ningún
indicio es una prueba irrefutable de que alguien nos está mintiendo. En el
análisis del lenguaje corporal solamente existen posibilidades pero éstas aumentan (hasta un
80% en términos de detección de engaño según estima Ekman) si se acostumbra a agrupar
varios indicios y si se toma su tiempo para sacar conclusiones.
.
3. Diferencias
culturales y de idioma entre el cazador de mentiras y el mentiroso. Alguna vez tuve que realizar un
análisis de Florence Cassez en una entrevista que le hicieron para la
televisión francesa y se me dificultó muchísimo porque tienes que poner
atención a los gestos, a las reacciones fisiológicas y también a las palabras
que expresa (y resulta que yo no hablo francés) durante un análisis conductual.
4. Las
probables consecuencias para el mentiroso o la amenaza de un castigo severo. Mientras más graves sean las
consecuencias, más emociones se generarán y más indicios conductuales
presentará el mentiroso, lo que facilitará nuestra labor como cazador de
mentiras.
El tema de la
detección de mentiras mediante indicios conductuales es tan amplio como
apasionante. Considero que requerirá de 2 columnas. Le compartiré la segunda parte en una semana. Un saludo y gracias por leer la columna.
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